miércoles, 11 de agosto de 2010

Invierno sobre rieles...

Las agujas del reloj marcan las 8:00, el noticiero anuncia tres grados y la temperatura de mi cuerpo lo confirma, desayuno, hago unos trámites y me encuentro dispuesta a tomar el tren "Sarmiento", como no confío en el buen funcionamiento del mismo, llamo a la estación para saber si viene a horario, el mismo sería 09:20. Quien responde mi llamado me informa que hay una hora de atraso hasta el momento, me pide que en todo caso llame más tarde. Eso es lo que hago; 09:40 vuelvo a comunicarme: "el tren salió de Bragado hace un ratito, venite tipo 10:45 aproximadamente" A esa hora me encuentro en la estación, apoyada en la pared del único lateral del edificio donde da el sol, allí nos amontonamos la gran mayoría de los pasajeros para resguardarnos del viento y el frío, que por cierto se hacen sentir.
11:20 por fin el tren llega a la estación Suipacha, subimos apresurados, como si pudiéramos recuperar el tiempo perdido (por suerte hice un cambio de horario en el trabajo para entrar más tarde).
Empiezo a buscar asiento y trato de que en lo posible sea del lado izquierdo en la dirección que va el tren porque por esas ventanillas ingresa el sol, pero no lo consigo: el señor recostado en el asiento, la señora que de acompañante "sentó" todos sus bolsos, gente, gente y más gente. Resignada, decido sentarme del lado derecho del vagón, quito el polvo que cubre mi lugar y deslizo mi cuerpo allí. Pienso en las palabras de mi abuela al salir de su casa "¡Seguro tiene calefacción el tren nena!" ¡Mi vida! todavía cree en los reyes magos...
Delante de mi lugar viaja una pareja con dos niñas, una de ellas muy inquieta, la otra se nota que es la mayor y se mantiene juiciosa en su lugar. A mi izquierda, un chico con varios bolsos y un señor de contextura bastante grande, pienso que los dos no cabríamos en su lugar cómodamente.
Unos lugares más atrás, una pareja con capacidades reducidas. Él habla por celular en un tono bastante elevado de voz: "Estamos saliendo, ahí pitó el tren, ¿Escuchas? Ahí pitó de nuevo, ya estamos en la estación". Supongo que alguien los esperará en su estación de destino.
Arranca por fin la locomotora y luego de unos minutos aparecen los guardas pidiendo boletos, le pido que me venda por favor uno "Suipacha - Once"; son $15. Le pago, me da mi pasaje y sigue su camino.
Próxima estación: García. Es un pueblo pequeño, poco habitado; Me arriesgo a decir que sólo sus habitantes y los que por este camino férreo viajamos los conocemos. Intuyo que nadie bajará allí, no me equivoco.
Nos acercamos a Mercedes y tengo la esperanza de que alguna de las personas del bendito lado izquierdo descienda pero nadie se mueve de su lugar. Miro por la ventanilla para distraerme pero el paisaje no es muy entretenido, todo es campo y de vez en cuando aparece una casa. No hay nada que cautive mi atención.
Durante el viaje, circulan por el pasillo varios vendedores: "el chico de las estampitas",el señor que vende alfajores: "tres por dos, son tres alfajores dos pesos", más tarde el mismo aparece ofreciendo el "encendedor - linterna a solo $3", luego el señor no vidente con sus galletitas y chocolates; el famoso carrito de "sándwiches - bebidas". Cada uno de ellos va y vienen de la locomotora hasta el final del tren ofreciendo mercaderías muy variadas.
Nos estamos aproximando a Luján y sé que si aquí no baja nadie es muy probable que continúe en este frío asiento hasta Once, hay otras estaciones en el medio de ese trayecto pero dudo que alguien descienda.
¡Lujan!: nadie se mueve, hasta que "el chico de los bolsos" ve el cartel de la localidad, toma rápidamente sus cosas y baja. ¡Bingo! me paso a su lugar que es mucho más cálido que el mío, aquí sí me llega el calor del sol.
El señor que viajaba atrás mío se dirige en dirección a la locomotora y después de unos minutos regresa con el guarda, quien se acerca a la calefacción y con asombro expresa:"No anda, qué raro, me dijeron que en sólo un vagón no funcionaba", y moviendo la cabeza de un lado a otro se retira, sin dar solución alguna.
Algún que otro pasajero se dirige al baño a fumar, ya que dentro del vagón hay carteles que lo prohíben.
Observo las personas que viajan y pienso que si quisiera clasificar el tipo de gente que habitualmente usa este transporte no podría hacerlo; toda clase de pasajeros veo aquí.
Son las 13:22 y estamos pasando Haedo. Aquí el paisaje cambia, se nota que estamos en una zona urbana. Ahora sí veo edificios, casas, gente y la línea de tren eléctrico, el famoso TBA. Me asombro al ver cómo viaja la gente en aquel transporte, ingresan a presión. ¡Y pensaba que era yo la que estaba viajando en pésimas condiciones! Una vez pasada esta ciudad en el tren se vive un cierto revuelo, todos comienzan a tomar sus pertenencias porque saben que se aproxima el destino final.
Arribamos a la estación de once a las 13:50. Al bajar vuelvo la vista atrás y observo el tren que se ha convertido en mi transporte habitual, pero que hoy me ha permitido vivir y reflejar en papel una experiencia diferente que me hace sentir que valió la pena esperar por él en esta mañana de invierno.

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